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lunes, 31 de diciembre de 2018

LA CULTURA DEL LIBRO


LA CULTURA DEL LIBRO, ¿EMPOBRECIDA?

Por: Santiago Mesa

La cultura del libro prolifera alrededor del mundo, para comprobarlo es suficiente con mirar ciudades representativas en la producción y divulgación de conocimiento, como Bogotá, Buenos Aires, Ciudad de México, Frankfurt, Londres, Madrid, Medellín, París, San Francisco o Santiago de Chile para darse cuenta de ello.

Aunque algunos sostienen que el libro es más un bien raro y exquisito que ha caído en desuso y se encuentra en peligro de extinción, este todavía es una de las herramientas más poderosas para acceder al conocimiento y la cultura, por lo que debemos esforzarnos para que no desaparezca.

*Ferias del Libro en el Mundo:
Encabezando las 10 primeras Ferias del Libro en cantidad de asistentes y material disponible, está la Feria del Libro de Frankfurt, creada hace 500 años a partir de la popularización de la imprenta de Gutenberg*



Ahora, por «cultura del libro» se entiende un conjunto de comportamientos, conocimientos, instituciones y valores que son construidos por las comunidades de lectores y escritores que buscan mantener al libro en su papel protagónico como fuente de conocimiento universal para los pueblos.  Hacia este propósito se encaminan esfuerzos de las diversas comunidades de lectores y escritores que se reúnen periódicamente en espacios culturales.

Pero la construcción de una cultura universal del libro, desde los espacios locales, enfrenta grandes retos, que no son necesariamente negativos.  Uno de ellos (bastante positivo) es la subjetividad que marca la apreciación que cada lector hace sobre el valor que un libro específico tiene como referente para construir cultura.  Cada lector escoge sus libros basándose en valores propios; le da prelación a los que pertenecen a un determinado género literario; prefiere los que están escritos en un idioma que domina mejor; lee más a los escritores de una región del mundo y, en fin, construye una selecta colección de libros, que integran orgullosamente su biblioteca personal, de acuerdo a los criterios más variados.

Contrario a lo que sostienen algunos, la subjetividad expuesta es positiva, ya que gracias a ella los lectores –que por naturaleza son diferentes, pues son en ese sentido son seres humanos como todos– pueden satisfacer sus gustos personales y contribuir a la construcción de una cultura que reconozca la diferencia como un elemento enriquecedor, un incentivo para retar y mejorar nuestra capacidad de convivir, además de contribuir a preservar un inmenso acervo de conocimiento construido de manera plural.

Si no fuera así, si la cultura se construyera de acuerdo a un conjunto uniforme de valores establecidos por alguna autoridad, asistiríamos a la hecatombe del conocimiento, donde aquellos que no lograran pasar a través del filtro de alguna subjetividad que pretenda imponerse sobre el resto correrían el riesgo de ser borrados de la memoria de los pueblos.

No obstante, además de los retos positivos, la construcción de una cultura del libro debe arrostrar problemas serios.  Uno de ellos –que parece el más crítico– es el acceso limitado a los libros, pues por diversas razones aquellos son cada vez más costosos, lo que los hace inasequibles para una gran cantidad de lectores.  Y si bien adquirir un libro físico no es el único medio para acceder al conocimiento y la cultura contenidos en él, sí ha sido el medio tradicional de construir una «cultura literaria» basada en el consumo (cosa muy triste, pues se trata al libro como mera mercancía).

En ese sentido, el limitado acceso a los libros es un problema serio, especialmente para aquellos que no pueden asumir los costos de construir una biblioteca personal rica, variada y que esté a la vanguardia; pues es importante que toda colección incluya, junto a los llamados «clásicos de la literatura universal», las obras de autores contemporáneos, que se están pensando el mundo reflexivamente en sus textos y de esa manera contribuyen a la creación de conocimiento y cultura.

*¿Cómo está el panorama de la lectura en Colombia? ¿Se lee mucho o poco en el país? 
En 2016, EL TIEMPO publicó un especial que refleja cuál es la situación en el país, a partir de los datos de la Encuesta Cultural Dane 2014.












© Copyright. EL TIEMPO. 

Son precisamente esos libros –los contemporáneos, los de vanguardia– los más costosos, raros o difíciles de encontrar, junto con los de literatura académica especializada que casi siempre se elevan por las nubes.  En contraposición es relativamente fácil encontrar ediciones asequibles de algunas obras clásicas, aunque estén muy manoseadas.

Además, el hecho de que sea difícil acceder a los libros contribuye al mantenimiento de ciertas relaciones de dominación social: permite la consolidación de una clase intelectual hegemónica y soberbia, que mantiene su estatus excluyendo del conocimiento a las masas empobrecidas económica e intelectualmente (incluso frustran los intentos de muchos por superar su condición desde espacios como la Academia o la Universidad).

Dicha clase hegemónica se parece bastante a la clase de los «magos del saber» (y la de algunos enciclopedistas) que dominó la tradición intelectual (de Occidente especialmente) durante la Edad Media y los albores de la Modernidad.

*¿Y cómo está el panorama de lectura a nivel global? ¿Cuáles son los países que más leen? 
Según el ranking de World Culture Score Index, teniendo en cuenta el promedio de horas semanales que dedican los habitantes de un país a la lectura, los primeros puestos los ocupan: India (10, 42 h), Tailandia (9, 24 h) y China (8 h). Mientras que los últimos son: Brasil (5, 12 h), Taiwán (5 h), Japón (4, 06 h) y Corea (3, 06 h).


https://www.culturamas.es/blog/2017/06/23/los-paises-mas-lectores-del-mundo/

En conclusión, si bien no son pocos los retos y problemas que debemos arrostrar –como parte de una comunidad de lectores y escritores– para construir cultura en torno al libro, como herramienta fundamental que es para llevar a todas las mentes la claridad iluminadora del conocimiento, jamás debemos rendirnos en tan loable tarea.  Además, debemos construir cultura concienciando a nuestros pares sobre la importancia de actividades que deben ser para nosotros familiares: la lectura y la escritura.

Cabe agregar que estas actividades pueden ser entendidas desde dos asertos fundamentales: primero: leer y escribir bien hacen parte del arte de pensar –como lo diría Schopenhauer–; segundo: la lectura y la escritura, más que actividades, son los medios fundamentales para la creación y transmisión de conocimiento desde que nuestra especie los inventó para trascender el limitado acervo de conocimiento transmisible mediante la tradición oral.



Reseña: Manuela - Eugenio Díaz



Ficha técnica

Título: Manuela
Autor: Eugenio Díaz Castro (Soacha, 5 de septiembre de 1803 - Bogotá, 11 de abril de 1865)
Editorial: Círculo de Lectores
Colección: Joyas de la Literatura Colombiana
Fecha de publicación: 1985
Páginas: 414

Sinopsis


En 1856, un par de años después de la Guerra Civil de 1854 y de la revolución liberal protagonizada por el general José María Melo, entre otros, un cachaco (o sea un bogotano bien ataviado) llegaba a una pequeña parroquia o pueblo de tierra caliente a unas cuantas horas de Bogotá, que quedaba cerca al municipio de Ambalema, pasando el Río Magdalena, que es la principal arteria fluvial de Colombia.  Allí fue bien recibido por unas parroquianas que le sirvieron de caseras: doña Patrocinio y su joven y hermosa hija, Manuela.

Este viajero llegó a lomo de mula, luego de haber recorrido muchas leguas por trochas casi intransitables, con un indio que tenía por criado, de nombre José Fitatá, y con su fiel sabueso, Ayacucho.
Su nombre era Demóstenes.  Era un liberal radical, culto e ilustrado; había viajado por Europa y EE.UU. instruyéndose y aprendiendo los usos de la que él llamaba «La república ideal».  Volvió a tierras colombianas para escribir en los periódicos capitalinos algunos artículos sobre las costumbres de poblaciones pequeñas y rústicas, y para llevar a esos lugares la luz de la civilización y ganar simpatizantes para sus posibles aspiraciones políticas.

La parroquia, casi medio siglo después de la independencia de la corona española que permitió la consolidación soberana de la República de La Nueva Granada, era una clara muestra de los resabios coloniales que aún hoy perviven en la República de Colombia: luchas de clases antagónicas (la cruenta y eterna oposición entre ricos y pobres); corrupción en el manejo de las instituciones políticas; violencia desmedida, usada como recurso para mantener un determinado estatus…

Allí don Demóstenes ayudó a su servicial casera, Manuela, a quien había cogido mucho cariño, a luchar contra los ardides de un perverso gamonal que, pretendiendo defender los intereses del pueblo, dominaba todos los asuntos públicos; controlaba el cabildo y a los jueces; además quería tener por amantes a todas las jóvenes hermosas de la parroquia.  A aquellos que se negaban a cumplir sus designios les hacía la vida imposible, reduciéndolos a la muerte o al presidio.  De esta manera, las acciones de este sujeto –principal antagonista de esta historia– determinaron el final trágico que el lector descubrirá…

*Dejo enlaces a artículos muy ilustrativos sobre el contexto de la novela (la época de las guerras civiles en Colombia) y los personajes históricos más relevantes: José María Melo, Tomás Cipriano de Mosquera, José María Obando, José Hilario López y Pedro Alcántara Herrán (algunos de los cuales ya habían protagonizado un conflicto anterior, entre 1839 y 1842, por motivos religiosos conocido como La Guerra de Los Supremos)* 




Video explicativo del desarrollo de la guerra civil a partir del golpe de Estado de José María Melo


Infografía de las guerras civiles entre 1851 y 1862



El autor



José Eugenio Díaz Castro fue un escritor costumbrista, nacido en Soacha, Cundinamarca, que vivió entre 1803 y 1865.  Aunque la dedicación por la que se lo recuerda es la de escritor y periodista, pues publicaba sus artículos sobre costumbres en periódicos de Bogotá, también era un hombre de ruana y alpargatas, que desempeñaba labores en el campo como propietario o mayordomo, pero no por eso era pobre o poco ilustrado.

Su contexto sociopolítico es bien interesante, pues cuando se dio la independencia en Colombia él entraba apenas en la adultez, y en toda la etapa madura de su vida presenció la transición de la Gran Colombia (1819-1830) hacia la República de La Nueva Granada (1830-1858) y luego hacia La Confederación  Granadina (1858-1863) y los Estados Unidos de Colombia (1863-1886).

Como se ve, el transcurso de su vida se vio marcado por un clima de constante cambio e inestabilidad de las instituciones políticas, en el cual país no hallaba aún la forma de gobierno que le vendría mejor.  Esta situación la supo plasmar en su novela cumbre, Manuela, al relatar cómo ya desde el periodo de la Nueva Granada el país se hallaba dividido políticamente en dos partidos opuestos, conservador y liberal, que a su vez se subdividían en facciones problemáticas, como las de los radicales o gólgotas, los proteccionistas o draconianos, etcétera.

La obra


Esta novela es una obra importante dentro del género del costumbrismo, pues logra plasmar, de forma divertida y crítica, algunos de los rasgos consuetudinarios más relevantes de los pueblos del centro del país; pero estos también se han irradiado a otros lugares, en especial dentro de la Región Andina, que es desde donde escribo estas líneas.

En ese sentido, Manuela es parte, junto con otras novelas escritas desde el siglo XIX hasta ahora, del conjunto de obras literarias más importantes para entender las transformaciones sociales, y también las regularidades y los comportamientos tipificados de un pueblo tan rico en historia y tradición como el colombiano.

Por esta razón mi invitación a leer esta obra no se limita a los colombianos que quieran indagar sobre la historia de nuestra nación desde perspectivas diversas, sino que se hace extensiva a los lectores de todas las nacionalidades que estén interesados en verificar las diferencias y semejanzas que guarda la vida acá con la de sus propios países, en especial en el contexto latinoamericano y poscolonial.

Para terminar, y para no agobiar al paciente lector con una elucubración sin fin, recomendaré algunas obras adicionales que considero pueden ser útiles para alcanzar una comprensión más o menos cabal de la vida en estas regiones, aunque desde visiones siempre parciales.  Son las siguientes: María, de Jorge Isaacs; De Sobremesa, de José Asunción Silva; El alférez real, de Eustaquio Palacios y La Vorágine, de José Eustasio Rivera.

domingo, 30 de diciembre de 2018

Reseña: Sin destino - Imre Kertész



Ficha técnica


Título: Sin destino (Sorstalanság)
Autor: Imre Kertész (Budapest, 9 de noviembre de 1929 - Budapest, 31 de marzo de 2016)
Editorial: Acantilado. Serie: Narrativa
Fecha de publicación: 2001
Idioma original: Húngaro. Primera publicación: 1973
Páginas: 264

Sinopsis


En el verano de 1944, a solo un año de acabar la Segunda Guerra Mundial, un adolescente judío de Budapest tiene que despedir a su padre que acaba de ser asignado a «trabajos obligatorios». Días después le pasa lo mismo a él, siendo obligado a trabajar con otros muchachos de su edad en la reconstrucción de una fábrica que resultó dañada por los bombardeos aéreos. Pero un día, de camino al trabajo, todos los judíos son obligados a descender de sus medios de transporte, luego de lo cual son «reclutados» o, mejor, arrestados sin ninguna explicación clara por parte de las autoridades. Tras unos cuantos días les ofrecieron la oportunidad de trabajar en mejores condiciones en Alemania, lo que muchos aceptaron gustosamente… pero en realidad los deportaron a Auschwitz.

Lema en la entrada del campo de concentración en Auschwitz. Arbeit Macht Frei: El trabajo libera o El trabajo os hará libres.

Allí los recién llegados, incluyendo a György, el protagonista, se enfrentan a la incertidumbre y al desconcierto cuando son despojados de sus ropas, sus cabellos y su identidad. Los dividen entre los que pueden seguir vivos porque tienen fuerza suficiente para trabajar y los que a causa de su edad o su sexo son inútiles y deben ser exterminados.

Desde entonces György se convierte en un atento espectador que relata lo que acontece, permitiendo descubrir cómo es posible afrontar una situación extrema con tranquilidad y paciencia, mostrando siempre la mayor dignidad posible. Afortunadamente no tiene que quedarse mucho tiempo en el campo de exterminio, pues es trasladado dos veces a otros campos de concentración para cumplir con los trabajos obligatorios, donde sus impresiones se agudizan y se vuelven paulatinamente más reflexivas.

Aunque el trabajo resulta duro y tortuoso, tiene oportunidad de descubrir que el dolor físico, que todos experimentan forzosamente en un campo de concentración, puede ser anulado mediante la imaginación, lo que le ayuda un tiempo a liberarse de sus pesares. No obstante, la rutina agobiante, el trabajo duro y la alimentación precaria terminan por hacer que su cuerpo lo vaya abandonado poco a poco, hasta que cae gravemente enfermo y renuncia por un momento al deseo de vivir… Como ya lo sabía por lo que le habían contado estando en Auschwitz, todos los que no pueden trabajar son exterminados en las cámaras de gas o en hornos crematorios, así que termina por hacerse a la idea de que a él le pasará lo mismo.  

Sorprendentemente, en vez de ser exterminado es llevado a un hospital para prisioneros, donde empieza un lento proceso de recuperación. Allí tiene tiempo para agudizar más sus reflexiones y darse cuenta con más sensatez de su propia condición. Luego es trasladado a otro hospital en otro campo de concentración, donde lo tratan sorprendentemente bien, hasta el punto de sospechar que lo están preparando para un macabro experimento. Sin embargo, sus sospechas resultan infundadas, y no tiene que pasar mucho más en su estado de zozobra, pues ya llega el verano de 1945, cuando los ejércitos aliados toman por fin las posiciones alemanas en los campos de concentración y liberan a todos los prisioneros.



Lectura de un fragmento de Sin destino en el original húngaro. Referencia a la película del libro realizada en 2005 por el director de cine húngaro Lajos Koltai.

Valoración


Cuando supe de qué trataba el libro lo primero que pensé fue: «otro más sobre el Holocausto». De manera que al leerlo fui descubriendo gratamente que en realidad no se trataba de otra más de las típicas producciones de la morbosa propaganda antinazi, sino del relato fidedigno de una víctima que sorprendentemente no se considera tal, ni escribe para satisfacer un deseo de venganza, sino, supongo, por el deseo de sanar; de compartir con los demás esas experiencias tan intensas que solo pueden ser expresadas a través del arte puro de la palabra.

Antes y ahora. Izquierda: Imre Kertész ingresado a un campo de concentración a la edad de 14 años. 

De acuerdo con esto, la narración está marcada por un proceso de madurez progresivo. Al principio vemos a un adolescente que asiste a los eventos casi sin interés, como viéndolos desde lejos, pero paulatinamente se ve implicado de manera más activa, hasta que adquiere plena conciencia de que está representando un papel desconocido en una obra desconocida y absurda. Al final de su experiencia logra tener claridad sobre algunas cuestiones importantes para explicar el Holocausto, como el sentido que tenía entonces ser judío: llega a la conclusión, bastante sorprendente y alarmante para los otros miembros de su raza que habían tenido que vivir también experiencias dramáticas, de que ser judío no significa absolutamente nada.

Antes de que fuera enviado a los campos de concentración se había atrevido a explicarle a una muchacha judía que el hecho de que los demás los odiaran no era nada personal; no los odiaban a ellos como tal, sino a la mera idea de que eran judíos.  Todavía más impactante es que, estando ya en los campos de concentración, llega a confirmar lo que, según él, muchos pensaban en Budapest sobre sus principales victimarios, los alemanes: no eran personas malas ni crueles, sino personas trabajadoras a las que les gustaban el orden y la disciplina y apreciaban esas cualidades en los demás.

No obstante, es pertinente ser crítico acerca del valor del libro dentro de la tradición literaria de Occidente. El autor ha sido muy bien valorado por los lectores y los críticos, por lo que se le otorgó en 2002 el Premio Nobel de Literatura. Lo problemático del asunto es el hecho de que la Academia, y muchos lectores y críticos en general, se ha empeñado en premiar desde hace años a los autores cuyas experiencias están relacionadas siempre con la guerra. Esta impresión la confirmé claramente en 2015 cuando se le otorgó el Nobel a Svetlana Alexeivich, cuyo trabajo ha girado siempre en torno a la guerra y la catástrofe nuclear.

Por supuesto no desconozco el mérito literario que pueden tener las obras de escritores como Kertész o Alexeivich, porque realmente logran plasmar cierta parte de la esencia del dolor humano, pero creo que son constantemente sobrevaloradas y puestas en el pedestal de la opinión pública debido a la fascinación morbosa que todos sentimos por la guerra. Esta fascinación ha sido la que ha marcado la tradición literaria más comercial en Europa durante la segunda mitad del siglo XX; para confirmarlo basta ver –además de la lista de los Nobel– que en España, un país que tiene una de las industrias editoriales más grandes de Europa y del mundo, los principales premios de literatura –el Premio Nadal, el Premio Planeta de Novela, el Premio Nacional de las Letras Españolas– se han otorgado en gran número a los escritores que relatan las experiencias de la Guerra Civil.











Artículo sobre la Guerra Civil Española en la literatura: https://www.lahistoriaenmislibros.com/la-guerra-civil-espanola-en-la-literatura/

A pesar de todo, concluyo reafirmando el valor individual que tuvo para mí Sin destino por haberme permitido adentrarme en la consciencia de un superviviente. Además, el relato permite desarrollar empatía con todo el género humano –que padece el flagelo de la guerra por igual–, no solo con las víctimas y los vencedores. Así pues, recomiendo su lectura porque la narración es certera, pero, ante todo, porque está exenta de los manierismos típicos de aquellas otras obras del montón que, cuando se trata de la guerra, solo sirven como herramientas para que los vencedores satanicen una y otra vez a sus enemigos históricos.

“La esencia de mi obra consiste en trasladar lo ocurrido a una dimensión espiritual. Que quede en la conciencia, aunque ahora lo veo con menos optimismo que hace unos años. El Holocausto es el hundimiento universal de todos los valores de la civilización y una sociedad no puede permitir que se repita, que vuelva a presentarse una situación parecida. Pero la crisis económica, una crisis parecida a la que hoy arrastra el mundo, dio pie a la llegada de Hitler al poder. Por tanto deberían sonar todas las alarmas. Pero no suenan. Lo cual quiere decir que aquella aberración no está presente en la conciencia de los políticos europeos”


Reseña: El lobo estepario - Herman Hesse


Ficha técnica

Título: El lobo estepario (Der Steppenwolf)
Autor: Herman Hesse (Imperio Alemán, 1877 - Suiza, 1962)
Editorial: Alianza
Fecha de publicación: 1998
Idioma original: Alemán. Primera publicación: 1927
Páginas: 247

¿Qué puedo decir? Que me dejó sin palabras. Alucinado. El final es estremecedor, con el poder de estremecimiento de un sueño, de una pesadilla, de una alucinación. Pero ¿qué es lo que Harry Haller ha soñado? ¿Cuál es la pesadilla que ha tenido? El sueño que ha tenido no es el de las últimas páginas del libro; no, ha soñado toda una vida. Lo que se le muestra en las últimas páginas, por medio de un estado alterado de consciencia, es la realidad e irrealidad de la vida que ha soñado; las múltiples posibilidades que ha vivido, así como las que ha dejado de vivir; es decir -y perdonen la redundancia- las múltiples posibilidades de sus personalidades múltiples. 



Pinterest: @DeviantArt

No diré nada más sobre el final, porque no es necesario. 


Desde el nudo se muestra toda la potencia espiritual e intelectual que Hesse le ha querido imprimir al libro a través de la metáfora del lobo estepario, que lo lleva a reflexionar sobre una ficción que gobierna la mentalidad de los seres humanos: la ficción de la personalidad. Es decir, la ilusión que consiste en creer que el ser humano es una perfecta unidad de consciencia; que tiene una personalidad única y coherente, configurada según su propia voluntad.




Ante esto, el autor propone una visión liberadora, en la que se notan influencias del budismo y del hinduismo, según la cual la única forma de vivir con uno mismo es renunciar a la pretensión de construirse como un yo único y aceptar toda la multiplicidad animal y espiritual que hay en cada uno de nosotros, y que no podemos abarcar ni encasillar. Renunciar entonces a la ilusión del control para poder vivir en equilibrio. 



Acuarela - Herman Hesse


Todas estas reflexiones se instalan en un contexto específico: el del hombre moderno que lucha contra un mundo burgués, cómodo y amante del orden, de la rutina y de la seguridad cotidiana de la vida doméstica; un mundo que le impone una personalidad unitaria; un mundo al que no pertenece, pero del cual no puede alejarse definitivamente, ya que en él se ha configurado toda la vida que conoce, toda su mentalidad.

Reseña: Filebo - Platón


Ficha técnica

Título: Filebo o Del placer, la inteligencia y el bien
Autor: Platón (427 a.C. - 347 a.C.)
Editor: Patricio de Azcárate 
Colección: Serie Obras Completas de Platón, Diálogos polémicos #1

El diálogo «Filebo» trata sobre la cuestión del Bien: ¿en qué consiste el Bien supremo que garantiza la felicidad del ser humano? Como es propio del método del diálogo, lo que hace Platón es enfrentar dos discursos, dos perspectivas que tenderán, por la fricción mutua, hacia una síntesis que acercará a los que dialogan cada vez más a la verdad. En «Filebo» una perspectiva es la de que el supremo Bien consiste en el placer; esa es la postura del personaje llamado Filebo. La otra es la postura de Sócrates, que propone que el supremo Bien del ser humano es la sabiduría y la inteligencia. En el discurrir del diálogo se dan cuenta de que ninguno tiene la razón, porque ni el placer ni la sabiduría en sí mismos son suficientes para constituir el Bien. El Bien es entendido en el diálogo como una unidad, como un valor que se basta a sí mismo; es decir, si tengo lo que constituye el Bien, no necesito nada más para ser feliz. A través de varios ejemplos, Filebo y Sócrates se dan cuenta de que una persona que sólo viva de placeres no es enteramente feliz, así como tampoco una persona que sólo viva de sabiduría. 


Llegado a este punto, el diálogo ya tiene una primera síntesis provisional: el Bien debe consistir en una mezcla especial de inteligencia y placer. La siguiente parte del diálogo se trata de determinar cuál debe ser la proporción de la mezcla; es decir, ¿qué tanto de placer y qué tanto de inteligencia y sabiduría? Luego de una serie de reflexiones un tanto difíciles de seguir, concluyen que la inteligencia debe primar sobre el placer, porque se trata de un valor que se ocupa de objetos verdaderos y más puros que el placer, que está sometido a la inconstancia de las sensaciones humanas y siempre está mezclado con una parte de dolor. 

La síntesis definitiva del diálogo consiste en determinar que el Bien supremo del ser humano consiste en una mezcla de los siguientes elementos, en el siguiente orden de importancia:
1. La justa medida en todo lo que se hace (lo que implica no entregarse a nada en demasía).
2. La proporción, la belleza y la armonía en lo que se hace.
3. La inteligencia y la sabiduría.
4. La ciencia y el arte sobre lo verdadero y lo eterno (las Ideas; es decir, la ciencia de la dialéctica, la que descubre la verdad por medio de la reflexión y el diálogo).
5. Los placeres puros (los que son propios del alma y están libres de mezcla con el dolor).

Reseña: Los Elegidos - Alfonso López Michelsen



Ficha técnica

Título: Los Elegidos
Autor: Alfonso López Michelsen (Bogotá, 30 de junio de 1913 - Bogotá, 11 de julio de 2007)
Editorial: Oveja Negra
Colección: Biblioteca de Literatura Colombiana
Fecha de publicación: 1985
Páginas: 227

“El pueblo, olvidado, seguía viviendo en la más absoluta miseria y los gobiernos no eran sino los instrumentos de la alta burguesía, cómplices involuntarios, a veces, y voluntarios en la mayoría de los casos, de la profunda desigualdad económica y social que retrasa el progreso colectivo en beneficio de unos pocos afortunados.” 

Entre las muchas funciones que puede cumplir la literatura, la crítica es una de las más importantes. A los problemas sociales se les puede dar un tratamiento literario que se sitúa en el estrecho límite entre la realidad y la ficción. Cada autor, a través de sus experiencias personales, sus lecturas en diferentes temas, su formación profesional o su postura ética, dota su obra de un potencial crítico muy particular. En las sociedades latinoamericanas, en concreto, hay algunos problemas sociales muy evidentes que pueden ser tratados críticamente desde perspectivas diversas, de acuerdo a la posición de enunciación del autor. 


Este libro trata frontalmente el tema de la desigualdad y la diferenciación de clases sociales. Se trata de un tema muy estudiado, pero que no pierde su vigencia en la literatura. Sin embargo, a través del tiempo las perspectivas desde las cuales se aborda el tema han cambiado bastante. No se pensaba igual en el siglo XIX sobre la desigualdad a como se pensaba en la segunda mitad del siglo XX. El avance de la historia ha permitido que pensadores de todo el mundo se formen un criterio cada vez más acertado sobre los verdaderos orígenes y el verdadero alcance de la desigualdad social, lo que a su vez ha hecho posible la enunciación de nuevos juicios y la creación de nuevas obras literarias que exploren aspectos de la desigualdad que no habían sido tratados antes.



En esta ocasión, lo que el autor intenta es hacer una crítica interna al fenómeno de la desigualdad, desde el punto de vista de un personaje que tiene acceso al mundo exclusivo y excluyente de la élite cultural y política de Colombia. Esta situación, de entrada, le brinda un gran potencial crítico, porque le permite al lector tener una mirada de primera mano, directa, sobre cómo funciona la exclusión social en una sociedad que, como la colombiana, tiene tantas similitudes estructurales con los demás países de América Latina. En este sentido, aunque se trate de un libro que hace parte de una colección de literatura colombiana, su potencial crítico se extiende a todas las sociedades latinoamericanas, debido a los rasgos comunes que compartimos en nuestra constitución intelectual, económica y, muy importante, espiritual. El autor le da bastante relevancia a la constitución espiritual y moral de la sociedad, e identifica que la formación predominantemente católica de estos pueblos ha generado problemas profundos en la forma de afrontar la vida en sociedad. 



El título del libro, «Los elegidos», hace explícito el objeto de la crítica: la élite, la clase social dominante, llena de privilegios económicos y culturales que les permite consolidar su posición de generación en generación, gracias a la exclusión del resto de la población de la riqueza material y espiritual del país. En este punto hay que aclarar que la posición desde la cual el autor formula su crítica es bastante singular, ya que Alfonso López Michelsen es precisamente un «elegido», es decir, un miembro de esa élite privilegiada que ha dirigido el destino del país durante dos siglos. Su padre, Alfonso López Pumarejo, fue dos veces Presidente de Colombia (1934-38; 1942-45), por lo cual su formación estuvo marcada por el disfrute de los privilegios que la pertenencia a la élite le garantizaron, como el acceso a una educación universitaria de alta calidad en el país y en el extranjero, de donde vuelve con una inmensa cultura y una tremenda agudeza crítica a enfrentarse a las crudas realidades del país. López Michelsen mismo fue Presidente de Colombia en 1974-78. Continuando con la tradición de la familia López, la sobrina de Michelsen, Clara López Obregón, fue candidata a la presidencia en el 2014 y ahora es candidata a la vicepresidencia en la fórmula de Humberto de La Calle. Es precisamente este periplo por la vida pública del país el que caracteriza a la clase de los «elegidos», y desde su pertenencia a esta clase es que López Michelsen formula una crítica sorprendente por su agudeza y su honestidad. Su condición de miembro de la élite no le impide ver con claridad la ignominia de que la élite ha sido y es responsable.



El recurso literario del que se vale el autor para formular una crítica objetiva es el del diario personal. El libro se compone de las reflexiones de un alemán emigrado a Colombia en la década de 1940 a causa de la Segunda Guerra Mundial. Este personaje se nos presenta como la negación radical de todo lo que el mundo hispano y católico representa. Se trata de un burgués de formación protestante, con algo de ascendencia judía, procediente de una familia de banqueros y prestamistas caídos en desgracia por el Régimen Nazi. Cuando se ve forzado a migrar de Europa y venir a estas latitudes se encuentra con un mundo radicalmente diferente a todo lo que había conocido en su infancia y juventud. Al introducir esta mirada externa en la novela, lo que el autor logra es desprenderse un poco de la responsabilidad de formular una crítica a los miembros de su clase desde su posición personal, lo que quizá le valdría un reproche, y convierte así al extranjero en el juez imparcial de las costumbres del país. Como se verá, por supuesto, su carácter imparcial es ficticio, pues, además de los resabios propios de su formación calvinista, el personaje se irá asimilando gradualmente a la corrupción moral de las sociedades latinoamericanas...


“¿Cuánto tiempo podría durar todavía esta desigualdad y esta falta de compenetración entre los millones que constituían el país y las decenas de miles que formaban la clase dirigente? Nadie parecía contemplar la posibilidad de una revolución como algo inminente, aun cuando la tormenta subterránea de la fuerza popular acogía con eco amenazante la palabra de los agitadores políticos.”


Es impresionante la cantidad de reflexiones tan críticas y acertadas que el autor desarrolla en este libro. La verdad vale totalmente la pena darle una lectura juiciosa a este libro y calibrar el mérito que tiene, no sólo dentro de la lista de buenas obras que ha producido la literatura colombiana, sino dentro del espectro de la literatura crítica de toda América Latina.


Breve consideración sobre el mérito de El Quijote como obra moderna


Grabados de Gustave Doré

*De antemano me excuso porque, hace un par de años, releyendo El Quijote, se me ocurrió hacer un pequeño análisis sobre el valor de este libro para el lector actual, considerando su papel en la transición de la literatura medieval a la literatura moderna (por allá en el paso del siglo XVI al XVII). Fijándome bien en el tono que tiene el escrito de esa época, me doy cuenta de que puede ser demasiado academicista y rígido.  Sin embargo, por ahora lo quiero publicar tal como lo había hecho en Paideia Poiética. El próximo año, contando con el tiempo suficiente, me propondré hacer una serie de artículos analizando los aspectos que más me gustan de El Quijote, de manera amena y más entendible*

Desde las primeras páginas Cervantes deja entrever que su obra será meritoria, entre otras muchas razones, por explorar la tensa relación entre el hombre moderno y la literatura; la cual, si sus ficciones son «mal» administradas a mentes inestables, puede generar un tipo especial de locura que sirve de máscara para enunciarle a la sociedad sus defectos y vicios evidentes, que quisiera desesperadamente no ver, y replantear el conjunto de valores vigentes, perpetuados desde otra época con una visión contraria al progreso intelectual moderno, sin sufrir las persecuciones que un esfuerzo así antes aseguraba.

Además, de todo el compendio de obras coetáneas de El Quijote, contando las no muy progresistas del Siglo de Oro español, quizá solo Hamlet, del tragediógrafo más aclamado de Inglaterra, presenta una construcción del personaje en torno a la figura del loco con tanta sutileza como para convertir la locura misma en un arma para punzar el nervio de la sociedad de la época.

 Después de la primera desventura del caballero andante, tras haber sido apaleado por unos mozos en el camino de regreso a su aldea, el lector atento se encuentra con uno de los pasajes que se leen con más gusto, ya que en él el autor desplegó de manera innovadora sus dotes como literato.  Se trata, por supuesto, del juicio llevado a cabo por el barbero y el cura en la biblioteca, donde Cervantes comienza satirizando la simpleza que el católico medieval promedio ha legado a su sucesor «moderno», representado por el personaje del ama que corre a buscar agua bendita cuando la invade el temor ante los encantadores y demás seres fantásticos que abundan en los libros y que podrían, quién sabe por medio de qué prodigio metafísico, cobrar vida para hacer de las suyas en nuestro mundo.


Pero no solo se muestra que la mente del individuo moderno no se ha vaciado de las fantasías atemorizantes que servían como instrumentos de dominación en el mundo medieval, sino que, a través de la figura del cura –que además parece ser el más «culto» entre los personajes de escaso acervo intelectual– se personifica el poder censurador de la Iglesia; la cual, con su decisión de prohibir la lectura de muchos libros meritorios, contribuyó a la elitización del conocimiento y, por ende, al mantenimiento de las condiciones sociales que hacían de gran parte de Europa, de España especialmente, una región sin grandes progresos intelectuales, que además estaba atada a la estática vida campesina y religiosa; una región cuyos gobernantes, profundamente católicos y contrarreformistas, trataban de impedir que se recibiera la influencia del protestantismo, que desde el siglo XVI representó un papel protagónico en la precaria renovación cultural e intelectual de Europa (con importantes y graves consecuencias económicas para el resto del mundo)[1].

Por lo anterior el matiz sociológico de El Quijote es innegable; además, en el punto en que el cura se refiere a la inconveniencia de las traducciones y el uso de cualquier lengua extranjera se muestra la expresión de un sentimiento nacionalista, aún inmaduro, que comenzó en torno al idioma y terminó permitiendo la consolidación del Estado moderno como Estado-Nación.

Aparte de eso, el mayor mérito de este capítulo es que contiene quizá la primera crítica literaria moderna, que es muestra de la erudición del autor.  No solo en este capítulo, sino desde el inicio de la obra, Cervantes actúa como un crítico sutil de la tradición literaria de la época al burlarse sagazmente de los temas recurrentes y el estilo trillado de los libros de caballerías (que personifican la pintoresca y estancada vida medieval en Europa), así como de la exaltación poética de la vida pastoril y los paisajes bucólicos donde se representan algunas de las escenas más graciosas de la vida de un caballero andante.


Para concluir, considero que lo que más resalta como rasgo irónico en este pasaje (además del hecho de que el autor incluye una referencia de una obra suya en el libro, elemento paradójico común en gran parte de la tradición literaria que se forjó desde entonces, que muestra al escritor como parte activa pero también subordinada de lo que escribe) es que Cervantes haya escogido precisamente a un cura para exponer su crítica literaria y social, pues así convirtió a ese personaje en representante a la vez de la erudición y la censura, lo que demuestra que la vida cultural moderna está mediada por la tensión incesante entre el pensamiento secular –herencia de un pasado clásico extraviado por siglos, que el mismo cura ostenta al referirse a algunos aspectos bien conocidos del mundo helenístico, en especial en su mención a la arqueta que Alejandro tomó de los despojos del soberano persa, Darío, para guardar como un tesoro sus libros de Homero– y el pensamiento religioso, sucesor directo de una era de barbarie.






[1] Hablo de la estrecha relación entre la ética protestante, basada en el trabajo infatigable, y el surgimiento del capitalismo, que ya había señalado Max Weber.

El País del Fuego: Presentación


Muerte y fuego (1940) - Paul Klee

La idea para este espacio, en el cual quiero compartir parte de mis gustos más íntimos en el arte y la literatura, nació hace años con un blog ya cerrado que se llamaba Paideia Poiética. El nombre y la orientación del blog se me ocurrieron a partir de la lectura de un estudio sobre cultura clásica titulado Paideia: Los ideales de la cultura griega, del filólogo alemán Werner Jaeger (1888 – 1961). En este libro se explica que los antiguos griegos creían en un ideal de perfeccionamiento del ser humano a través de las artes y la cultura cívica, representado por la palabra παιδεία, que hace referencia a una forma muy especial de educación, en la cual se debía preparar a cada individuo de la ciudad desde la más temprana edad para que alcanzara la excelencia y la virtud (ἀρετή, ‘areté’).

El significado de la paideia puede tener mucho valor para nosotros hoy. En principio, el concepto comparte su raíz con las palabras griegas παῖς (‘país’) y παιδίον (‘paidíon’) que significan niño, niña y se relaciona estrechamente con la pedagogía; el arte de educar.  Digo que la paideia puede tener mucho valor actualmente porque se trata de un ideal de educación que no está puesto al servicio de intereses mezquinos. La educación hoy es vista de una forma precaria; parece que todo el sistema está construido para brindar una instrucción escasa en conocimientos aplicados que le permitan a una persona cualquiera, a través de un trabajo insípido y aburrido, insertarse como un engranaje en una máquina gigante que es la sociedad, que lo usa años y años hasta dejarlo desgastado y desecharlo por obsoleto. Es como la idea de la obsolescencia programada de los productos en el mercado (todo lo hacen para que dure cada vez menos y el consumo tenga que ser mayor), sólo que aplicada también a las personas. La sociedad nos exige cada vez más y nos retribuye con cada vez menos. En eso se ha convertido la educación: en mera preparación para perder la vida en tareas que no le permiten realizarse a uno personalmente.

De esta angustia frente a la educación nació la segunda parte del nombre de aquel blog: la poiesis (ποίησις). Se trata de un concepto griego que se puede traducir como creación (siendo muy laxos con la etimología; los puristas sabrán perdonarme). En sentido amplio, lo entiendo como un impulso creador que tiene el espíritu humano y que lo lleva a las formas más elevadas del arte y la cultura. De allí se deriva también la palabra poesía. Lo tomé para el nombre del blog inspirado en la metáfora de las tres transformaciones del espíritu en Así habló Zaratustra: el camello (cuando el espíritu es esclavo de la moral y la tradición), el león (cuando el espíritu rechaza la carga de la moral y empieza a luchar por su libertad) y el niño (cuando ya el espíritu es libre y se puede dar el lujo de crear valores nuevos propios a través del juego). El ideal de la poiesis representa precisamente el estado más elevado del espíritu humano, en el cual uno vuelve a ser como niño y se permite dudar de todo lo que le han enseñado, de los valores que le han inculcado, de la sumisión aprendida a través del miedo, y se regocija en la creación libre y arbitraria de valores nuevos, con el único propósito de divertirse y vivir de verdad.

La unión de la paideia y la poiesis dan como resultado el ideal que inspira este blog: hay que vivir educándose a sí mismo para ser libre, para llegar a ser como un niño otra vez, jugando y creando valores libremente. Ese debe ser el único objetivo de toda forma de educación. No se puede reducir a la acumulación mecánica de saberes útiles para la organización social del trabajo, pero inútiles para el espíritu. En un espacio como este, teniendo la vastísima red de información que poseemos en el siglo XXI, uno debe ser libre para apreciar y adueñarse de la cultura y transformarla en valores propios. Eso incluye la literatura, la música, el arte; buscar y rebuscar hasta descubrir esas joyas de la creación, esas rarezas que no se aprecian ya, o esas obras de culto que uno no se cansa de apreciar y a las cuales siempre se les pueden encontrar nuevas interpretaciones. Esa es la paideia poiética que inspira este espacio; un juego de creación y asociaciones libres entre las artes.

El nuevo título, El País del Fuego, es un juego de palabras en el cual quise conservar el sentido original de Paideia Poiética. La palabra país, que significaba niño en el griego clásico, la usamos hoy para referirnos a una forma de organización social y política. La mutación de este concepto es sin duda impresionante, pero en el fondo se conserva siempre el sentido original: un país es siempre un niño, es decir, un proyecto, una semilla, una posibilidad de llegar a ser a través del esfuerzo individual y colectivo de la educación y la creación; una vez más, la unión de la paideia y la poiesis. Así es como la palabra país se une a la palabra fuego, que escogí por su rima con la palabra juego (como actividad que nos representa la niñez) y por ser un símbolo de la iluminación y la creación del espíritu humano, como en el viejo mito de Prometeo. El fuego simboliza la fuerza de la poiesis, que debe alentar la vida de todos los niños, de todo el país. El País del Fuego es un niño que juega libremente; es una sociedad que se permite ser como un niño otra vez.