Estación
de destino
Por: Santiago Mesa
Llegué
jadeante al puesto y me informaron que el jefe había preguntado por mí y me
estaba esperando en su oficina. El tipo que trabaja en el puesto de al lado me
dijo que esta vez sí la había cagado feo; que yo sabía cómo era de estricto el
patrón con el horario y lo mucho que lo emputaba que uno llegara tarde. Le
agradecí por infundirme tan buenos ánimos y lo dejé ahí parloteando. Me dirigí
a la oficina dispuesto a enfrentar lo que viniera con la mayor dignidad
posible.
Toqué
suavemente y no me respondieron. Volví a tocar y nada. Tuve que tocar otras dos
veces con más fuerza, mientras todos los del piso me miraban burlonamente
asomados por encima de los cubículos, hasta que escuché un recio «adelante» y
entré.
Me
recibió con toda la frivolidad posible. Me indicó que me sentara con un simple
movimiento de cabeza y empezó diciendo que no había ninguna justificación
racional para una conducta tan irresponsable… Luego de eso no le presté mucha
atención, mientras se exaltaba, se ponía de pie, iba de un lado a otro por
detrás del escritorio y se volvía a sentar, siempre gritando. Como se sabía por
otros a los que había echado, al tipo le gustaba regarse con largos discursos
sobre el sentido de la responsabilidad y el deber de los subordinados.
Cuando
terminó yo me sentía agobiado. Aun así, tenía la necesidad apremiante de explicar
lo que había pasado. Mi día marchaba perfectamente, todo dentro del tiempo
establecido para llegar temprano al trabajo, hasta que tuve un encuentro inesperado. Pensé que se enojaría, pero cuando
le pedí que escuchara mi historia pareció divertirse con mi insolencia. Dijo
que me permitía hablar porque era de los pocos que tenían el valor suficiente
para replicar después de que él les ponía los puntos sobre las íes.
Empecé diciendo que, como
todos los días, me había levantado a las 7:00 a.m. y había dispuesto todo para
salir de la pensión al trabajo. En el corto camino a la estación del metro todo
parecía normal: el tráfico vehicular empezaba a avivarse con el ruido de los
motores y sus exhalaciones tóxicas. Se escuchaban las rabietas y groserías de
los conductores.
En
la estación reconocí a muchas personas que siempre cogían el metro a esa hora.
Iban vestidas formalmente para el trabajo y con cara de malgenio, concentradas
en las preocupaciones de sus vidas insignificantes. Todas esas personas nunca
se saludan ni se dirigen la palabra para nada a pesar de que se cruzan todos
los días. En su silencio se reconocen como iguales; son esclavos de la rutina
que se conforman con ir al trabajo sin molestar a nadie.
Cuando
llegué a mi estación de destino, la irresistible masa humana me empujó fuera
del tren. Entre todo, sentí un roce extraño; una piel fría y húmeda contra mi
mano derecha. Me giré para comprobar lo que era y vi a una muchacha pálida como
un cadáver, calva y desnuda. Estaba mojada, como recién salida del baño. Nadie
más parecía fijarse en ella.
Al
ir bajando las escalas de la estación, me cogió la mano y sonrió con la vista
fija al frente. Fue una sonrisa cómplice, que me hizo sentir un chispazo de
deseo y vergüenza. Al llegar a la calle nadie se fijó en nosotros. Ella me
soltó y se bajó de la acera para caminar entre los carros, con paso suave y
elegante. La seguí desde la acera por no
sé cuánto tiempo a medida que deambulaba entre los carros, a pesar de que iba
en dirección contraria a mi trabajo.
Se
paró al llegar a un cruce y me hizo un gesto con la mano. Por un momento sentí
el impulso de ir tras ella, pero entonces un bus pasó zumbando a toda velocidad
y la hizo desvanecerse. Estaba muy trastornado para pensar. Miré el reloj y
apuré el paso para llegar al trabajo. Ya iba dos horas tarde.
Le
conté todo al jefe y me miró como si me hubiera vuelto loco. No lo dijo, pero
tampoco hacía falta. No había otra explicación; yo también pensaba que estaba
loco. No repliqué nada cuando me echó. Recogí las cosas personales que tenía en
el puesto y me fui. Nadie en el piso me habló. Ni una palabra de apoyo ni una
burla. No importaba. Salí de vuelta al metro con las cosas en una caja.
Esperando
el tren la vi otra vez. Estaba medio escondida debajo de la plataforma del
frente. Me indicó con la mano que fuera hacia ella. Sentí un impulso irresistible
que me hizo comprender lo que me ofrecía: una liberación.
Hace
tiempo había pensado que para suicidarme escogería un método súbito y
eficiente. Casi todas las formas de hacerlo me parecían muy dolorosas o poco
limpias, antiestéticas. Siempre que me asomo desde un sitio alto me imagino la
caída. Siento que el suelo me llama, pero el vértigo me vence y no me deja
saltar. Lo mismo cuando el tren llega a la estación. Sería cuestión de dar un
paso. Pero me quedo petrificado, solamente fantaseando lo que sería tirársele
al metro.
Esta
vez estaba más confiado. Cuando empezaron a rechinar las vías, dejé la caja con
mis cosas en la plataforma y me incliné hacia adelante. Una señora gritó y creo
que alguien intentó agarrarme. Pero fue inútil. Estaba decidido… Traspasé la
línea amarilla, di un par de pasos rápidos y fui al encuentro del tren.
Pasión (1982) - Alfred Manessier
* ALFRED MANESSIER
Nacimiento: 05 de diciembre de 1991; Saint-Ouen, Francia
Fallecimiento: 01 de agosto de 1993; Orléans, Francia
Movimiento: Informalismo
Campo: Pintura abstracta
Influencias: Paul Klee, Roger Bissière, Robert Delaunay
Reseña: Alfred Manessier comenzó estudiando Arquitectura en 1929 antes de encauzar su pasión hacia el arte en la Academia Ranson de París, donde estudió con Roger Bissière, un artista dedicado a la composición de vitrales policromados para las catedrales. En 1937, Manessier participó junto con otros 50 artistas en un proyecto para pintar murales en las estaciones de transporte público de París. Manessier trabajó como decorador de iglesias y catedrales y también de escenarios teatrales.
Su técnica tiene relación con elementos del arte sagrado, especialmente el interés por el juego entre luz, sombra y figuras dinámicas que hace pensar en una especie de transición espiritual en cada pintura. En palabras del pintor: "Lo que me interesa son las transiciones que se dan entre las cosas". Así mismo, su interés estaba en la experiencia de la unidad que subyace a todo lo que hacemos: "Hay algo que fluye entre todas las formas de la experiencia humana y garantiza una profunda unidad".
WikiArt: https://www.wikiart.org/es/alfred-manessier
ArtNet: http://www.artnet.com/artists/alfred-manessier/
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