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domingo, 30 de diciembre de 2018

Breve consideración sobre el mérito de El Quijote como obra moderna


Grabados de Gustave Doré

*De antemano me excuso porque, hace un par de años, releyendo El Quijote, se me ocurrió hacer un pequeño análisis sobre el valor de este libro para el lector actual, considerando su papel en la transición de la literatura medieval a la literatura moderna (por allá en el paso del siglo XVI al XVII). Fijándome bien en el tono que tiene el escrito de esa época, me doy cuenta de que puede ser demasiado academicista y rígido.  Sin embargo, por ahora lo quiero publicar tal como lo había hecho en Paideia Poiética. El próximo año, contando con el tiempo suficiente, me propondré hacer una serie de artículos analizando los aspectos que más me gustan de El Quijote, de manera amena y más entendible*

Desde las primeras páginas Cervantes deja entrever que su obra será meritoria, entre otras muchas razones, por explorar la tensa relación entre el hombre moderno y la literatura; la cual, si sus ficciones son «mal» administradas a mentes inestables, puede generar un tipo especial de locura que sirve de máscara para enunciarle a la sociedad sus defectos y vicios evidentes, que quisiera desesperadamente no ver, y replantear el conjunto de valores vigentes, perpetuados desde otra época con una visión contraria al progreso intelectual moderno, sin sufrir las persecuciones que un esfuerzo así antes aseguraba.

Además, de todo el compendio de obras coetáneas de El Quijote, contando las no muy progresistas del Siglo de Oro español, quizá solo Hamlet, del tragediógrafo más aclamado de Inglaterra, presenta una construcción del personaje en torno a la figura del loco con tanta sutileza como para convertir la locura misma en un arma para punzar el nervio de la sociedad de la época.

 Después de la primera desventura del caballero andante, tras haber sido apaleado por unos mozos en el camino de regreso a su aldea, el lector atento se encuentra con uno de los pasajes que se leen con más gusto, ya que en él el autor desplegó de manera innovadora sus dotes como literato.  Se trata, por supuesto, del juicio llevado a cabo por el barbero y el cura en la biblioteca, donde Cervantes comienza satirizando la simpleza que el católico medieval promedio ha legado a su sucesor «moderno», representado por el personaje del ama que corre a buscar agua bendita cuando la invade el temor ante los encantadores y demás seres fantásticos que abundan en los libros y que podrían, quién sabe por medio de qué prodigio metafísico, cobrar vida para hacer de las suyas en nuestro mundo.


Pero no solo se muestra que la mente del individuo moderno no se ha vaciado de las fantasías atemorizantes que servían como instrumentos de dominación en el mundo medieval, sino que, a través de la figura del cura –que además parece ser el más «culto» entre los personajes de escaso acervo intelectual– se personifica el poder censurador de la Iglesia; la cual, con su decisión de prohibir la lectura de muchos libros meritorios, contribuyó a la elitización del conocimiento y, por ende, al mantenimiento de las condiciones sociales que hacían de gran parte de Europa, de España especialmente, una región sin grandes progresos intelectuales, que además estaba atada a la estática vida campesina y religiosa; una región cuyos gobernantes, profundamente católicos y contrarreformistas, trataban de impedir que se recibiera la influencia del protestantismo, que desde el siglo XVI representó un papel protagónico en la precaria renovación cultural e intelectual de Europa (con importantes y graves consecuencias económicas para el resto del mundo)[1].

Por lo anterior el matiz sociológico de El Quijote es innegable; además, en el punto en que el cura se refiere a la inconveniencia de las traducciones y el uso de cualquier lengua extranjera se muestra la expresión de un sentimiento nacionalista, aún inmaduro, que comenzó en torno al idioma y terminó permitiendo la consolidación del Estado moderno como Estado-Nación.

Aparte de eso, el mayor mérito de este capítulo es que contiene quizá la primera crítica literaria moderna, que es muestra de la erudición del autor.  No solo en este capítulo, sino desde el inicio de la obra, Cervantes actúa como un crítico sutil de la tradición literaria de la época al burlarse sagazmente de los temas recurrentes y el estilo trillado de los libros de caballerías (que personifican la pintoresca y estancada vida medieval en Europa), así como de la exaltación poética de la vida pastoril y los paisajes bucólicos donde se representan algunas de las escenas más graciosas de la vida de un caballero andante.


Para concluir, considero que lo que más resalta como rasgo irónico en este pasaje (además del hecho de que el autor incluye una referencia de una obra suya en el libro, elemento paradójico común en gran parte de la tradición literaria que se forjó desde entonces, que muestra al escritor como parte activa pero también subordinada de lo que escribe) es que Cervantes haya escogido precisamente a un cura para exponer su crítica literaria y social, pues así convirtió a ese personaje en representante a la vez de la erudición y la censura, lo que demuestra que la vida cultural moderna está mediada por la tensión incesante entre el pensamiento secular –herencia de un pasado clásico extraviado por siglos, que el mismo cura ostenta al referirse a algunos aspectos bien conocidos del mundo helenístico, en especial en su mención a la arqueta que Alejandro tomó de los despojos del soberano persa, Darío, para guardar como un tesoro sus libros de Homero– y el pensamiento religioso, sucesor directo de una era de barbarie.






[1] Hablo de la estrecha relación entre la ética protestante, basada en el trabajo infatigable, y el surgimiento del capitalismo, que ya había señalado Max Weber.

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