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El País del Fuego: Presentación

sábado, 12 de enero de 2019

Poema: Crisálidas - José Asunción Silva

CRISÁLIDAS

José Asunción Silva

Cuando enferma la niña todavía
salió cierta mañana
y recorrió, con inseguro paso
la vecina montaña,
trajo, entre un ramo de silvestres flores
oculta una crisálida,
que en su aposento colocó, muy cerca
de la camita blanca...

Unos días después, en el momento
en que ella expiraba,
y todos la veían, con los ojos
nublados por las lágrimas,
en el instante en que murió, sentimos
leve rumor de alas
y vimos escapar, tender al vuelo
por la antigua ventana
que da sobre el jardín, una pequeña
mariposa dorada...

La prisión, ya vacía, del insecto
busqué con vista rápida;
al verla vi de la difunta niña
la frente mustia y pálida,
y pensé ¿si al dejar su cárcel triste
la mariposa alada,
la luz encuentra y el espacio inmenso,
y las campestres auras,
al dejar la prisión que las encierra
qué encontrarán las almas?

Poema: Los heraldos negros - César Vallejo

LOS HERALDOS NEGROS

César Vallejo

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

Poema: Canción de la vida profunda - Porfirio Barba Jacob


CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA

Porfirio Barba Jacob

"El hombre es una cosa vana, variable y ondeante..."
- Montaigne



Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!)
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables
¡un día en que ya nadie nos puede retener!

Reseña: Trópico de Cáncer - Henry Miller

Portada original de la primera edición

Ficha técnica

Título: Trópico de Cáncer (Tropic of Cancer)
Autor: Henry Valentine Miller (26 de diciembre de 1891, Manhattan - 07 de junio de 1980, Los Ángeles)
Editorial: Obelisk Press
Lugar de publicación: París
Primera publicación: 1934
Páginas: 318

En la década de los 30, Henry Miller sorprendió al mundo con Trópico de Cáncer, un libro estremecedor, de carácter biográfico/ficcional, en el cual cuestionaba todos los cánones de la literatura, el arte y la belleza de la época. Los primeros años del siglo XX, especialmente en Europa, desde donde Miller escribe Trópico de Cáncer, estuvieron marcados por la tensión entre los valores establecidos en el mundo artístico e intelectual y las nuevas formas de expresión de las vanguardias (entre 1910 y 1930 son los años del dadaísmo, el surrealismo, el expresionismo y la abstracción). Que en 1934 apareciera un libro de este matiz marcó un hito; había aparecido una voz desafiante con suficiente fuerza para gritar en la cara del mundo que todo lo que se había hecho hasta entonces en la cultura era falso.


¿Por dónde empezar para aclarar el sentido de estas afirmaciones? Una reseña superficial de Trópico de Cáncer nos puede decir: es un libro erótico. Pero habría que discutir la comprensión de lo erótico en Miller para validar una afirmación así. Otros podrían decir: es un libro escatológico, porque muestra todo lo sucio que hay en la sexualidad humana. En este caso habría que cuestionar el concepto de suciedad. Más bien es un libro en el que aparece la naturaleza humana sin tapujos, lo que implica que la sexualidad está retratada de forma descarnada, sin las vanas cursilerías de lo romántico (lo romanticón, entiéndase) o lo erótico. 

Mujer desnuda recostada (1917) - Egon Schiele


En las primeras páginas, ya el autor hace una declaración contundente sobre el sentido de su obra:

“Este no es un libro. Es un libelo, una difamación. Este no es un libro, en el sentido ordinario de la palabra. No; es un prolongado insulto, un escupitajo arrojado a la cara del Arte, un puntapié en el trasero de Dios, del Hombre, del Destino, del Tiempo, del Amor, de la Belleza… lo que quieran. Voy a cantar para ustedes, tal vez algo fuera de tono, pero cantaré. Cantaré mientras ustedes graznan, bailaré sobre su inmundo cadáver.
Para cantar es necesario abrir antes la boca. Hay que tener un par de pulmones y algún conocimiento de música. No es necesario tener un acordeón ni una guitarra. Lo esencial es querer cantar. Esto, pues, es un canto. Estoy cantando”.


Se trata de un libro en el cual el cuerpo aparece en toda su dimensión, sin que el autor intente difuminarlo apelando a la idealización o el ocultamiento de su verdadera naturaleza. La carne, las secreciones, el vello púbico, los genitales están insertados de manera omnipresente en la narración, como lo están en la vida misma. Miller nos muestra todo aquello que decidimos ignorar sin saber bien por qué, porque en el fondo nos han movido a pensar que el cuerpo es algo sucio e indigno; algo que hay que ocultar y de lo que uno mismo no puede disfrutar sin culpa. Por esta osadía del autor, la publicación del libro en los Estados Unidos fue prohibida hasta la década de los 60 (30 años después de su publicación original en París). En 1961, la editorial Grove Press se atrevió a publicar Trópico de Cáncer, lo que ocasionó un juicio por pornografía, que tuvo que ser zanjado finalmente por la Corte Suprema de Estados Unidos, la cual declaró que el libro era no-obsceno, y así dio paso al reconocimiento de la obra de Miller en su país.

Mujer desnuda arrodillándose (1915) - Egon Schiele

“Estoy viviendo en la Villa Borghese. No hay una pizca de tierra en ninguna parte, ni una silla fuera de su lugar. Estamos solos aquí, y estamos muertos…

(…) Estamos en el otoño de mi segundo año en París. Fui enviado aquí por una razón que aún no he podido descifrar.
No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses creía que era un artista. Ya no pienso en ello. Yo soy. Todo lo que era literatura me ha abandonado. Ya no hay más libros que escribir, a Dios gracias”.

De esta forma sentenciosa y directa empieza Trópico de Cáncer. Desde el inicio tiene el tono de una declaración y una protesta contra la falsedad de la vida. Nos cuenta las peripecias del día a día de un escritor desempleado en París, que asiste a todo lo que pasa como un espectador que no se hace ilusiones sobre el porvenir. No tiene dinero, ni expectativas, acaso unos cuantos amigos a los que les puede sacar algo de comida y con los que se entretiene de vez en cuando. Sobre esta trama básica Miller logra montar una serie de reflexiones que nos van revelando poco a poco el verdadero carácter del libro: se trata de una constante revisión al absurdo de la vida humana.

En París, el narrador testifica sobre la decadencia y el tono patético de la lucha incesante de los seres humanos por subsistir, adquirir una posición social, encontrar el placer, el amor, etc. En medio de todo, la sexualidad aparece como un eje de las reflexiones. Las experiencias propias y aun ajenas, en cabeza de sus amigos (en especial el brillante personaje Van Norden), sirven para canalizar el sentimiento de absurdo que el libro quiere transmitir, a la vez que son una reivindicación de los instintos naturales en todo ser humano, en una época de dura represión sexual en Europa y en el mundo. 

El abrazo (1917) - Egon Schiele


En toda la narración el autor se muestra no sólo crítico con los valores de su época, sino también muy hábil en la construcción de personajes y situaciones ridículas que le revelan al lector que lo que se piensa sobre la vida, el sexo, el amor, hace todo parte de la misma pantomima de la vida civilizada. No hay mejor forma de ilustrarlo que a través de las palabras de uno de los personajes que, a mi parecer, es el de construcción más sólida e inquietante, el sátiro y algo misógino Van Norden:

“A veces me pongo incluso a contar, o empiezo a pensar en un problema filosófico, pero no sirve de nada. Es como si fuera dos personas, y una de ellas estuviese mirándome todo el tiempo. Me pongo tan furioso conmigo mismo, que podría llegar a matarme… y en cierto modo eso es lo que hago siempre que tengo un orgasmo. Por un segundo, me destruyo a mí mismo. En esos casos ni siquiera hay un yo mío… no hay nada… ni siquiera la gachí. Es como recibir la comunión”.

A continuación, cuando el narrador interroga a Van Norden sobre la razón para que ande de mujer en mujer, y de prostituta en prostituta, este le contesta con una profunda angustia:

“Quiero ser capaz de entregarme a una mujer () Pero para eso tiene que ser mejor que yo; tiene que tener inteligencia, y no sólo un coño. Tiene que hacerme creer que la necesito, que no puedo vivir sin ella. Encuéntrame una gachí así, ¿quieres? Si pudieras hacerlo, te daría un empleo. En ese caso no me importaría lo que ocurriera: no necesitaría un empleo ni amigos ni libros ni nada. Simplemente con que pudiese hacerme creer que había algo más importante en la tierra que yo. ¡Dios, cómo me odio! Pero todavía odio más a esas tías asquerosas… porque ninguna de ellas vale nada”.


Baste con esta breve muestra para entender que se trata de un libro único para su época, e inquietante por la intensidad con que retrata la angustia existencial, la sexualidad, los placeres que se vuelven insípidos en medio de las convenciones sociales, y muchos aspectos preocupantes de la sociedad contemporánea que a cualquier persona consciente le darán en muchas ocasiones la sensación de que estamos viviendo una vida falsa.

Composición: tres hombres desnudos (1910) - Egon Schiele


* EGON SCHIELE

Nacimiento: 12 de junio de 1890; Tulln an der Donau, Austria

Fallecimiento: 31 de octubre de 1918; Viena, Austria

Movimiento: Expresionismo

Campo: Pintura

Técnicas: Óleo, acuarela, dibujo

Influencias: Gustav Klimt, Vincent van Gogh, Edvard Munch, Wassily Kandinsky

Reseña: Egon Schiele fue un pintor y grabador austríaco, contemporáneo y discípulo de Gustav Klimt. Fue uno de los grandes artistas figurativos de la época y uno de los máximos representantes del Expresionismo austríaco. A pesar de su corta vida (murió a los 28 años), su obra es numerosa: más de trescientas pinturas y miles de acuarelas y dibujos.
De Gustav Klimt adoptó algunos principios técnicos y creativos, como la acentuación del dibujo en las líneas gruesas del cuerpo, especialmente en los desnudos. Estos rasgos lo hicieron especialmente influyente en el arte moderno que se gestaba a inicios del siglo XX. Fue controversial por sus representaciones del cuerpo humano, ya que sus composiciones son bastante sencillas, y el énfasis está puesto en la musculatura distorsionada y en las extremidades. 


viernes, 4 de enero de 2019

Reseña: Historia del ojo - Georges Bataille




Ficha técnica

Título: Historia del ojo (Histoire de l'oeil)
Autor: Georges Bataille (10 de septiembre de 1897, Billom - 09 de julio de 1962, París)
Editorial: Tusquets
Fecha de publicación: 1978
Primera publicación: 1928
Idioma original: Francés
Páginas: 143

Reseñar Historia del ojo es un reto inmenso por donde se mire. Es una novela corta, narrada de forma sencilla y breve. Sin embargo, encierra una profundidad psicológica tal, que se vuelve casi inmanejable a la hora de hacer un análisis coherente.  Afortunadamente, el escritor Mario Vargas Llosa, en su calidad de brillante crítico literario, realizó un extenso análisis de la obra en un ensayo titulado El placer glacial, incluido en la edición de Tusquets. Esto facilita un poco la tarea al brindar un punto de partida para el análisis, pero no puede dar respuesta (y ese tampoco debe ser el sentido de la crítica literaria) a la cantidad de preguntas inquietantes que genera la lectura de Historia del ojo. Aun sí, contar con el ensayo de Vargas Llosa resultó de especial importancia, ya que resume íntegramente los elementos más relevantes del libro y los pone en relación con su contexto literario: la confluencia entre el movimiento surrealista y la literatura gótica, que en este caso da como resultado un inquietante ejemplar del libro erótico, aunque más podría llamarse un libro maldito. Ya se verá por qué.

Sinopsis

“Fui educado solo y, hasta donde recuerdo, siempre me apasionaron las cosas sexuales. Cerca de dieciséis años tenía yo cuando conocí a una joven de mi edad, Simone, en la playa de X…”

De esta forma simple y directa comienza el libro. La acción se sitúa en Francia. El narrador, un personaje indeterminado que no revela su nombre y hace pensar en un trasunto del propio autor, nos cuenta las relaciones que mantiene con una muchacha que conoce casualmente, pariente suya lejana. Pronto tienen ocasión de explorarse. Estando solos en la casa de Simone, ella cubriendo su desnudez incitadora solamente con un delantal negro, ven un plato de leche en el pasillo puesto para el gato y sus mentes febriles se activan de inmediato. Simone lo incita para que la rete a sentarse en el plato de leche y a partir de entonces comienza un juego de obscenidades que van escalando, como si cada vez necesitaran emociones más fuertes para satisfacer un deseo que, como señala Vargas Llosa en su análisis, tiene poco que ver con la forma normal de concebir la sexualidad de los adultos.

En esta primera escena del libro se prefigura el sentido de todo lo que viene más adelante. La forma en que buscan el placer estos dos personajes está marcada por lo no convencional. No se fijan tanto en la sensualidad asociada a los genitales ni a las formas suaves y llamativas del cuerpo (con excepción del culo, un elemento protagonista en todo el relato) como lo hacen los adultos; su experiencia del placer tiene más que ver con lo infantil y con el juego de desafiar lo prohibido. La instintividad de los personajes hace que en el fondo parezcan más niños de lo que son. Para poner un ejemplo, Vargas Llosa resalta el hecho de que la penetración no existe entre ellos sino hasta un estado muy avanzado de la narración, cuando ya sus travesuras han escalado a niveles inimaginables. Hasta ese momento se habían contentado con incitarse a masturbarse en situaciones cada vez más retorcidas, incluyendo en muchas ocasiones a otras personas (la tercera escena relevante es una orgía centrada en la masturbación donde se suman varios adolescentes) y elementos del tabú escatológico que les sirven como símbolo del deseo puro: ojos arrancados, leche, orina, huevos crudos, testículos cortados…



Ilustraciones de Hans Bellmer. Técnica: Aguafuerte.


A medida que avanzan los juegos, aprenden a disfrutar los aspectos más instintivos de la sexualidad, como la violencia. Así como pasa con los niños, que juegan, se ensucian, se maltratan y se contentan a veces con el sufrimiento ajeno, Simone y el narrador se entregan a la violencia ejercida sobre los cuerpos de otros para su diversión. Ya desde el primer capítulo, describiéndonos un paisaje tormentoso frente a un mar agitado, en una noche de tinieblas y relámpagos, todo un ambiente propio de una novela gótica, mezcla de oscuridad y misterio, el autor nos muestra a estos dos jovencitos desnudos en lo alto de un risco, jugando a masturbarse y orinarse mutuamente, cuando escuchan pasos que se acercan y descubren a la inocente Marcelle, una muchachita de su edad, a la que incluyen en sus juegos por la fuerza. Nada más verla, la someten y la desnudan. Simone la besa y la acaricia, apretándola fuerte para que no se escape. En medio de su éxtasis, se revuelcan ambas en un charco de lodo mientras le dan placer al narrador y este les escupe encima saliva y semen.

La descripción de esta escena es suficiente para hacerse una idea sobre el carácter del libro. El hilo de la narración sigue de manera bastante simple, con el narrador y Simone escapándose de sus casas para intentar rescatar a Marcelle de un sanatorio donde su familia la ha internado después de que se descompensara gravemente en uno de sus juegos. Luego Simone conoce a Sir Edmond, un viejo inglés que les consentirá todos sus caprichos y los llevará en un viaje por España, permitiéndoles descubrir, de manera ciertamente impactante para el lector, de lo que son capaces estos seres que se han vuelto casi instinto puro.  





Valoración

El libro comienza mencionando las “cosas sexuales” que atraen al narrador. A primera vista uno piensa que se trata de un libro “erótico” normal. Pero al avanzar en la lectura se da cuenta de que normal es un adjetivo que no le cabe por ninguna parte. El libro en sí es como un manifiesto que proclama y reivindica los aspectos más anormales de la sexualidad; es un desafío a los convencionalismos que rodean el sexo y un desafío a nuestra idea típica de lo erótico. El mismo narrador proclama con especial claridad el sentido de los placeres a los que se entrega:

“A otros el universo les parece honesto. Les parece honesto a la gente honesta, porque tienen los ojos castrados. Esta es la razón por la que temen la obscenidad. No experimentan angustia alguna si escuchan el grito del gallo o si descubren el cielo estrellado. En general, disfrutamos de los «placeres de la carne» a condición de que sean insípidos.
Pero, ya por entonces, no cabía duda alguna: no me gustaba lo que suele llamarse «placeres de la carne», y de hecho porque son insípidos. Me gustaba lo que suele considerarse «sucio»”.

Lo sucio, lo obsceno, lo maldito incluso, son elementos centrales de Historia del ojo, que acercan la historia a la línea del Marqués de Sade y Henry Miller, y le dan el carácter de protesta contra toda la cursilería erótica del imaginario colectivo. Es rechazo contra todo lo falso y, por ende, aceptación de todo lo que es verdaderamente humano y puede llegar a dar gran placer: la orina, las secreciones, los golpes, la violación, incluso el asesinato. Son todos elementos del más primitivo placer animal, que los seres humanos se están negando constantemente en su esfuerzo por ser “civilizados”; esta es la dinámica de la represión del deseo, descrita tan bien por el Psicoanálisis y que tendrá una importancia fundamental para entender esta historia.




Sé que a estas alturas algunos estarán escandalizados pensando que lo que el libro hace es una apología al crimen y al abuso sexual. Pero no se trata de eso. Pueden estar tranquilos. Cuando la literatura, y el arte en general, representa escenas de la maldad y la perversidad humanas, rara vez se trata de una invitación a los demás para que sean malos y perversos. Al contrario, se trata de un desafío para que los lectores y los espectadores reconozcan que, muy en el fondo, en lo que pervive de su estado psíquico más primitivo, ya existen la maldad y la perversidad, y constituyen impulsos muy fuertes que todo el tiempo luchan por salir. Esta es una enseñanza central del Psicoanálisis y, como dije antes, una clave para entender el libro.


Historia del ojo, como bien lo señala Vargas Llosa, no sólo es un libro blasfemo, sino que también es un documento clínico sobre las pasiones que atormentan al autor/narrador. Entre 1926 y 1927, teniendo Georges Bataille 30 años más o menos, se sometió a un tratamiento clínico con el doctor Adrien Borel, un famoso psicoanalista francés. Por lo que deja ver el trabajo de documentación de Vargas Llosa, parece que Bataille estaba pasando una grave crisis psicológica, sexual y religiosa en ese momento de su vida, por lo cual pudo concebir la idea de escribir Historia del ojo como parte de la terapia psicoanalítica. Eso explicaría el carácter de confesión oscura que tiene el libro, así como su indagación por las formas más satanizadas de la sexualidad.




El estilo en que está escrito también llama la atención. En los años en que Bataille escribió Historia del ojo tenía una relación estrecha con el movimiento surrealista, que se había establecido en Francia en los años 20, a partir del Manifiesto surrealista (1924) de André Breton. Dicho movimiento literario surgió especialmente en la poesía y se caracterizaba por una estética cargada de elementos oníricos; la escritura estaba puesta en función del sueño y la creatividad pura, por lo cual se cargaba de una atmósfera irreal, distorsionada, tal como en las pesadillas más densas. Una de las técnicas favoritas de los surrealistas era la llamada escritura automática, un ejercicio consistente en volcar toda el alma en la obra sin establecer ningún filtro; simplemente comenzar a escribir y dejarse guiar por los fantasmas que habitan dentro de la mente. Esta técnica se inspiró en uno de los postulados centrales del Psicoanálisis, tan influyente en el clima intelectual de la época: hacer consciente lo inconsciente.

*Surrealismo: características y principales artistas (poesía y pintura): 

Por último, el gusto por lo exótico y lo terrorífico corona la estética surrealista. Las narraciones generalmente se sitúan en escenarios antiguos y como de ensueño, tomados principalmente de la novela gótica del siglo XVIII: castillos encantados, catedrales mágicas, acantilados frente a un mar embravecido, cumbres borrascosas… En Historia del ojo, uno de los primeros encuentros sexuales entre el narrador y Simone sucede precisamente en un risco frente al mar, en medio de una noche tormentosa, donde se nos describe la interacción precipitada de dos cuerpos desnudos iluminados por el resplandor del relámpago, los gritos de placer perdidos en el bramido del viento. El sanatorio psiquiátrico donde encierran a Marcelle se encuentra en un castillo antiguo y las últimas escenas del libro ocurren en una iglesia en Sevilla, donde el narrador y Simone, incitados por Sir Edmond, cometen toda clase de profanaciones.

En resumen, se trata de un libro perturbador, cuyo carácter blasfemo atrae y, como diría Poe, hiela los huesos con la feroz delicia de su horror. No es un libro recomendable para lectores demasiado escrupulosos, ni para aquellas personas que no estén dispuestas a cuestionar su pudor sexual concebido según la moral convencional. Cada escena de Historia del ojo es un reto a lo que pensamos de la sexualidad y el erotismo; una invitación constante a mirar muy dentro de la psique humana y reconocer esos horrores que se esconden en el fondo como parte esencial de nuestra naturaleza. 

jueves, 3 de enero de 2019

Reseña: La tregua - Mario Benedetti



Ficha técnica

Título: La tregua
Autor: Mario Benedetti (Paso de los Toros, 14 de septiembre de 1920 - Montevideo, 17 de mayo de 2009)
Editorial: Debolsillo
Fecha de publicación: 2015 
Primera publicación: 1960
Páginas: 200



“Ella me daba la mano y no hacía falta más.  Me alcanzaba para sentir que era bien acogido.  Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor”.


Martín Santomé es un hombre mayor que está próximo a culminar una etapa de su vida que le ha consumido más o menos 30 años: el trabajo.  Es un oficinista de Montevideo con una vida corriente; típico tipo de clase media que ha aprendido a apreciar (y despreciar) las pequeñas cosas de la vida a través de la rutina.  Está cercano a cumplir 50 años.  La jubilación tan próxima le representa el comienzo de una nueva etapa de la vida, llena de incertidumbre y de tedio.  El tedio es para él una realidad difusa pero contundente sobre la que reflexiona constantemente durante el último año antes de jubilarse. 

Pero no es lo único que pasa por su mente. La realidad psicológica de una persona común nunca es tan simple. Asistimos al cataclismo de su vida como espectadores privilegiados, a través del diario que lleva durante este último año, lo que permite de cierta forma ser uno con su pensamiento.  Viudo (su esposa Isabel murió en el parto de su tercer hijo, cuando su matrimonio aún estaba fresco), solitario, con hijos que ya son adultos y que siente que apenas conoce: Blanca, Esteban y Jaime.  Aunque viven juntos en la misma casa él sabe que ellos tienen sus vidas muy aparte.  Piensa además en las cosas que le dan sentido a su vida: la rutina de la semana, el compañerismo y la convivencia en la oficina (y también la desidia en ocasiones), el ocio de los domingos que pareciera aniquilarlo, la soledad y la falta de una conexión verdadera con otro ser humano, etc. 

Hombre en overol - Gustave Caillebote

No obstante, sus pensamientos cambian de rumbo cuando se enamora desesperadamente de una de sus subordinadas, mucho menor que él (entre los 25 años, igual que su hija Blanca): Laura Avellaneda.  Llega a la oficina como una empleada más, y así la ve Santomé durante un tiempo.  Pero se enamora de ella y no se lo puede explicar a sí mismo.  Finalmente, se atreve a decírselo después de acercamientos previos hechos cuidadosamente.

Y así comienza el idilio entre Avellaneda y Santomé, como un amor privado y de fines de semana, encuentros cálidos y sin formalismos.  Ninguno aspira a atarse para siempre casándose y teniendo hijos.  Establecen una especie de pacto para ponderar la libertad de una mujer joven y el amor empecinado de un hombre viejo, frente a la muerte inminente que se cierne sobre uno de ellos y amenaza con separarlos.  Lo dice así Martín: “lo que estoy buscando denodadamente es un acuerdo, una especie de convenio entre mi amor y su libertad”.

Mujer desnuda sobre un diván (1873) - Gustave Caillebote






















Alquilan un apartamento para ambos, para convertirlo en una especie de refugio de la rutina de la semana, de la vida ordinaria, para cultivar un amor que entre ellos se puede llamar “doméstico”, pues se alimenta de las cosas más simples pero trascendentes de la vida, como el hacer el amor sin apuro, recorriendo cada pliegue de la piel de la otra persona; y el conocerse mutuamente y a sí mismos, explorando esos rinconcitos del alma que están llenos de las reflexiones que la vida común nos genera, que nos pasan desapercibidas la mayoría del tiempo porque al final del día no tenemos con quién comunicarlas…

Al final de la historia se hace evidente el sentido del título: se trata de una tregua, un descanso del desamor y el tedio de la vida ordinaria. Precisamente porque se trata de una tregua se sabe que no puede durar. Un acontecimiento irrevocable los separa y deja a uno de los dos sumido en la más terrible desesperanza. Cuando parecía que la vida iba a comenzar de nuevo, que los años venideros se iban a llenar de alegría otra vez, la ausencia se impone como verdad definitiva y la historia se cierra sobre sí misma mostrándonos que el amor y la esperanza son sólo escapes transitorios, que en últimas lo que se impone es el desencuentro, el vacío.

Ahora bien, decir esto del final no equivale a afirmar que el libro es sólo una muestra de la crueldad de la vida que se empeña en torturar a seres debilitados y frágiles. Al contrario, el final tiene este matiz trágico para que veamos por contraste el valor de los momentos felices y cómo se puede aprovechar la tregua. En esta novela corta y de narración simple, Benedetti inserta reflexiones acerca de la cotidianidad, de las cosas más inmediatas que nos pasan a todos como seres humanos, sobre cómo llevamos vidas ordinarias y somos protagonistas de historias tragicómicas; historias comunes y corrientes que se asemejan y a la vez están distantes entre sí, pues dentro de la cotidianidad de cada uno se puede percibir un mundo totalmente diferente.

Boulevard (1880) - Gustave Caillebote

La tregua presenta también la oportunidad de conocer cuáles son las impresiones que se tienen frente a una vida ordinaria, que compartimos todos de forma más o menos parecida, en un mundo distinto: otro país, otra ciudad, otra historia, factores todos que han determinado, en este caso, la forma de vida en Montevideo, y que no son ajenos a nuestra propia vida, a nuestro país, nuestra ciudad, etc.

En definitiva, es una historia bella, que enseña a apreciar lo cotidiano y lo mundano como las manifestaciones de lo más elevado que existe; para algunos será la vida misma, para otros el amor, para otros incluso la soledad, para otros la presencia de dios, para otros su ausencia, etc.  Darse cuenta de qué es lo más elevado en nuestra vida exige una reflexión constante sobre el sentido de todo lo que hacemos; sobre el propósito de pararnos de la cama en la mañana y salir a trabajar… Pero, ante todo, requiere que uno se pregunte sin cesar de dónde le viene el impulso de seguir vivo.

Así es como el final del libro nos deja con una pregunta fundamental que nadie puede responder por nosotros. Como lo dijo Kafka alguna vez:

“A cada ser humano se le plantean dos cuestiones de fe. En primer lugar sobre la credibilidad de esta vida, en segundo lugar sobre la credibilidad de su meta. A ambas preguntas todos responden «sí» por medio del hecho real de su vida, y lo hacen con tanta determinación e inmediatez que cabe dudar de si las preguntas han sido comprendidas correctamente. En cualquier caso, cada cual tiene que abrirse paso hasta su propio sí fundamental”


*GUSTAVE CAILLEBOTE

Autorretrato (1892)


Nacimiento: 19 de agosto de 1848, París

Fallecimiento: 21 de febrero de 1984, Gennevilliers

Movimiento: Impresionismo

Campo: Pintura

Influencias: Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Camille Pisarro

Reseña: Pintor francés contemporáneo al movimiento impresionista y amigo personal de tres representantes ilustres del movimiento (Monet, Renoir y Pisarro). Contaba con un abundante patrimonio económico heredado de su familia, por lo cual no pasó las mismas angustias que sus colegas y no se vio obligado a vender sus cuadros para subsistir. Esto le permitió, en cierta medida, desarrollar un estilo más íntimo y sereno, impregnado por el Impresionismo, aunque también con elementos realistas. En sus pinturas se centró en temáticas como la melancolía, la soledad, la nostalgia y la vida silenciosa.

Debido a su fortuna, también destacó en la escena del arte francés como mecenas, es decir, como patrocinador de los nuevos pintores emergentes. Así fue como, gracias a Caillebote, artistas renegados en la época (era el tiempo del realismo y el academicismo en la pintura) como Monet y Renoir pudieron financiar sus primeras exposiciones en París.

El mismo Caillebote empezó siendo realista, ligado a la pintura de Courbet y Millet, pero luego se enamoró del lenguaje pictórico del Impresionismo, tan cargado de luz y color. Los cuadros más representativos de su estilo representan el escenario urbano de París, así como capturas de la vida doméstica. Esto le permitió retratar tanto a la burguesía en sus plácidos momentos de ocio, como a la clase obrera en sus ocupaciones y preocupaciones. 

Todocuadros: https://www.todocuadros.com.co/pintores-famosos/caillebotte/

Historia-Arte: https://historia-arte.com/artistas/gustave-caillebotte

martes, 1 de enero de 2019

Relato: Estación de destino


Estación de destino

Por: Santiago Mesa

Llegué jadeante al puesto y me informaron que el jefe había preguntado por mí y me estaba esperando en su oficina. El tipo que trabaja en el puesto de al lado me dijo que esta vez sí la había cagado feo; que yo sabía cómo era de estricto el patrón con el horario y lo mucho que lo emputaba que uno llegara tarde. Le agradecí por infundirme tan buenos ánimos y lo dejé ahí parloteando. Me dirigí a la oficina dispuesto a enfrentar lo que viniera con la mayor dignidad posible.

Toqué suavemente y no me respondieron. Volví a tocar y nada. Tuve que tocar otras dos veces con más fuerza, mientras todos los del piso me miraban burlonamente asomados por encima de los cubículos, hasta que escuché un recio «adelante» y entré.

Me recibió con toda la frivolidad posible. Me indicó que me sentara con un simple movimiento de cabeza y empezó diciendo que no había ninguna justificación racional para una conducta tan irresponsable… Luego de eso no le presté mucha atención, mientras se exaltaba, se ponía de pie, iba de un lado a otro por detrás del escritorio y se volvía a sentar, siempre gritando. Como se sabía por otros a los que había echado, al tipo le gustaba regarse con largos discursos sobre el sentido de la responsabilidad y el deber de los subordinados.

Inicio de la primavera (1966) - Alfred Manessier

Cuando terminó yo me sentía agobiado. Aun así, tenía la necesidad apremiante de explicar lo que había pasado. Mi día marchaba perfectamente, todo dentro del tiempo establecido para llegar temprano al trabajo, hasta que tuve un encuentro inesperado. Pensé que se enojaría, pero cuando le pedí que escuchara mi historia pareció divertirse con mi insolencia. Dijo que me permitía hablar porque era de los pocos que tenían el valor suficiente para replicar después de que él les ponía los puntos sobre las íes.

Empecé diciendo que, como todos los días, me había levantado a las 7:00 a.m. y había dispuesto todo para salir de la pensión al trabajo. En el corto camino a la estación del metro todo parecía normal: el tráfico vehicular empezaba a avivarse con el ruido de los motores y sus exhalaciones tóxicas. Se escuchaban las rabietas y groserías de los conductores.

En la estación reconocí a muchas personas que siempre cogían el metro a esa hora. Iban vestidas formalmente para el trabajo y con cara de malgenio, concentradas en las preocupaciones de sus vidas insignificantes. Todas esas personas nunca se saludan ni se dirigen la palabra para nada a pesar de que se cruzan todos los días. En su silencio se reconocen como iguales; son esclavos de la rutina que se conforman con ir al trabajo sin molestar a nadie.

Cuando llegué a mi estación de destino, la irresistible masa humana me empujó fuera del tren. Entre todo, sentí un roce extraño; una piel fría y húmeda contra mi mano derecha. Me giré para comprobar lo que era y vi a una muchacha pálida como un cadáver, calva y desnuda. Estaba mojada, como recién salida del baño. Nadie más parecía fijarse en ella.

Al ir bajando las escalas de la estación, me cogió la mano y sonrió con la vista fija al frente. Fue una sonrisa cómplice, que me hizo sentir un chispazo de deseo y vergüenza. Al llegar a la calle nadie se fijó en nosotros. Ella me soltó y se bajó de la acera para caminar entre los carros, con paso suave y elegante.  La seguí desde la acera por no sé cuánto tiempo a medida que deambulaba entre los carros, a pesar de que iba en dirección contraria a mi trabajo.

Se paró al llegar a un cruce y me hizo un gesto con la mano. Por un momento sentí el impulso de ir tras ella, pero entonces un bus pasó zumbando a toda velocidad y la hizo desvanecerse. Estaba muy trastornado para pensar. Miré el reloj y apuré el paso para llegar al trabajo. Ya iba dos horas tarde.


La cárcel (1978) - Alfred Manessier

Le conté todo al jefe y me miró como si me hubiera vuelto loco. No lo dijo, pero tampoco hacía falta. No había otra explicación; yo también pensaba que estaba loco. No repliqué nada cuando me echó. Recogí las cosas personales que tenía en el puesto y me fui. Nadie en el piso me habló. Ni una palabra de apoyo ni una burla. No importaba. Salí de vuelta al metro con las cosas en una caja.

Esperando el tren la vi otra vez. Estaba medio escondida debajo de la plataforma del frente. Me indicó con la mano que fuera hacia ella. Sentí un impulso irresistible que me hizo comprender lo que me ofrecía: una liberación.

Hace tiempo había pensado que para suicidarme escogería un método súbito y eficiente. Casi todas las formas de hacerlo me parecían muy dolorosas o poco limpias, antiestéticas. Siempre que me asomo desde un sitio alto me imagino la caída. Siento que el suelo me llama, pero el vértigo me vence y no me deja saltar. Lo mismo cuando el tren llega a la estación. Sería cuestión de dar un paso. Pero me quedo petrificado, solamente fantaseando lo que sería tirársele al metro.

Esta vez estaba más confiado. Cuando empezaron a rechinar las vías, dejé la caja con mis cosas en la plataforma y me incliné hacia adelante. Una señora gritó y creo que alguien intentó agarrarme. Pero fue inútil. Estaba decidido… Traspasé la línea amarilla, di un par de pasos rápidos y fui al encuentro del tren.

Pasión (1982) - Alfred Manessier

* ALFRED MANESSIER

Nacimiento: 05 de diciembre de 1991; Saint-Ouen, Francia

Fallecimiento: 01 de agosto de 1993; Orléans, Francia

Movimiento: Informalismo

Campo: Pintura abstracta

Influencias: Paul Klee, Roger Bissière, Robert Delaunay

Reseña: Alfred Manessier comenzó estudiando Arquitectura en 1929 antes de encauzar su pasión hacia el arte en la Academia Ranson de París, donde estudió con Roger Bissière, un artista dedicado a la composición de vitrales policromados para las catedrales. En 1937, Manessier participó junto con otros 50 artistas en un proyecto para pintar murales en las estaciones de transporte público de París. Manessier trabajó como decorador de iglesias y catedrales y también de escenarios teatrales.
Su técnica tiene relación con elementos del arte sagrado, especialmente el interés por el juego entre luz, sombra y figuras dinámicas que hace pensar en una especie de transición espiritual en cada pintura. En palabras del pintor: "Lo que me interesa son las transiciones que se dan entre las cosas". Así mismo, su interés estaba en la experiencia de la unidad que subyace a todo lo que hacemos: "Hay algo que fluye entre todas las formas de la experiencia humana y garantiza una profunda unidad".

WikiArt: https://www.wikiart.org/es/alfred-manessier

ArtNet: http://www.artnet.com/artists/alfred-manessier/